Cuántas veces hemos deseado borrar un dia, un instante, un momento, hasta un año de nuestras vidas, a borrarlo todo y vaciar nuestra memoria. Si deseáramos en algún momento perder completamente la memoria y pegarnos por ejemplo a la frase "comenzar de nuevo" ¿Cuántas cosas no perderíamos?
Serían como aquellas cosas que se extravían accidentalmente en una mudanza y luego se extrañan. Perderíamos el calor del primer beso y la sensación de aquel amanecer que fue perfecto. La inocencia con la que nos entregamos a lo desconocido. Quedarían atrás los amigos que iban a ser eternos, las cartas que nos hicieron llorar, la sonrisa más esperanzadora, el nacimiento del sentimiento más bonito.
Dejamos una vida y un presente que nos da infinitas oportunidades por soñar con un futuro perfecto que no existe o un pedazo de cielo donde no sabemos que nos espera.
¿Vale realmente la pena perder la memoria?
¿Vale realmente la pena perder la memoria?
O simplemente es mejor esperar, esperar a que las cosas mejoren. Y entonces cuando menos te lo esperas sucede, algo te ha sucedido sin que apenas te des cuenta y otra vez estás ahí en el comienzo de todo. Otra vez estas perdida por un sentimiento que no sabes donde encajarlo que no sabes lo que es pero que vuelve a tener tú cabeza ocupada y que te vuelve a tener ilusionada.
Y antes de que preguntes... No, no lo sé, no sé si te quiero, no sé ni siquiera si podría estar enamorándome de ti... Sé que me miras y me pongo nerviosa, sé que me sonríes y sonrío yo, como si tu sonrisa arrastrara a la mía, sé que te abrazaría al menos 500 veces al día, sé que me alegro cuando sé que te voy a ver, sé que pienso en ti a menudo, a menudo demasiado quizás, sé que me encantaría saber qué te acuerdas de mí... sé que cuando me preguntas: ¿Qué tal?, te diría: Bien, con ganas de estar contigo…. Y eso es todo lo que sé, NADA pero ¿Es que tú lo tienes más claro?

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